"Solo una cosa no hay, es el olvido", dijo un escritor argentino. Creo que era Cortázar, o Girondo, ¿Bioy Casares? ¿O era uno de los más jóvenes?
Pero eso no importa.
Lo cierto es que era un escritor argentino. ¿O era un uruguayo?
viernes, 28 de septiembre de 2012
TINTAS
En el país hubo escasez de tinta.
Para los escritores esto fue terrible, ya que a lo sumo podían escribir una o dos líneas por semana; sin embargo, favoreció la venta de libros que eran publicados esporádicamente. Los lectores, ansiosos de novedad literaria, se volcaban hacia los libros apenas eran publicados.
Como no se podía desperdiciar ni una gota de tinta, los escritores se cuidaban de escribir solo lo indispensable. De esa forma había mayormente buena literatura.
Pero por desgracia, querido lector, tú y yo estamos en este país donde la tinta abunda a borbotones, los escritores escriben de todo y hay una sobrecarga de libros por todas partes.
Es así que yo escribo historias sobre tintas, tú me lees, consideras mi mala literatura y decides jamás comprar un libro mío.
Pero claro, la culpa no es mi falta de talento, sino la desmedida abundancia de libros en el mercado.
Para los escritores esto fue terrible, ya que a lo sumo podían escribir una o dos líneas por semana; sin embargo, favoreció la venta de libros que eran publicados esporádicamente. Los lectores, ansiosos de novedad literaria, se volcaban hacia los libros apenas eran publicados.
Como no se podía desperdiciar ni una gota de tinta, los escritores se cuidaban de escribir solo lo indispensable. De esa forma había mayormente buena literatura.
Pero por desgracia, querido lector, tú y yo estamos en este país donde la tinta abunda a borbotones, los escritores escriben de todo y hay una sobrecarga de libros por todas partes.
Es así que yo escribo historias sobre tintas, tú me lees, consideras mi mala literatura y decides jamás comprar un libro mío.
Pero claro, la culpa no es mi falta de talento, sino la desmedida abundancia de libros en el mercado.
CONSIDERACIONES SOBRE FUNES EL MEMORIOSO
(nada de lo que ha sido oído
puede ser recordado con las mismas palabras”
Plinio
Pensar
es abstraer, es generalizar, dice Borges. Y a partir de ahí desarrolla, como
nos tiene acostumbrados, toda una teoría –esta vez del lenguaje– a través de la
ficción. Los cuentos de Borges tienen ese aire de análisis ensayístico, y
“Funes el memorioso” no es la excepción.Si miramos a nuestro alrededor, podemos ver casas, árboles, autos. Y podemos diferenciar estas cosas por su color o forma, o por algún detalle que nos recuerde algo. Así, por ejemplo, asociamos esa casa con nuestro amigo que vive en ella, ese árbol con el fruto que da en el verano, ese auto rojo con el color del atardecer. En estas asociaciones vemos una relación directa de las cosas, ya sea por su función o forma, y podemos generalizarlas, aunque tengan diferencias como las mencionadas anteriormente. Una casa es todas las casas, diría Borges. Es decir, las cosas son nombradas con una palabra, un signo arbitrario que tiene un significado común para todos, a través de una convención. La palabra casa designa un edificio que sirve para una vivienda, un techo donde guarecerse de la lluvia, del sol, un sitio para dormir. Pero cuando decimos “casa” no nos referimos a una sola, sino a algo genérico, utilizamos el signo “casa” para referirnos a todas las casas sin importar las diferencias de color, altura, o tamaño. Olvidamos esas diferencias para poder designar con un nombre común, genérico, todos los edificios que se utilizan para la vivienda.
Funes, sin embargo, no puede olvidar. Y esa imposibilidad lo aparta del contexto de la convención. “Era incapaz de ideas generales, platónicas”, nos cuenta Borges. En consecuencia, Funes necesitaba usar una cantidad casi infinita de palabras para nombrar todos los objetos, en todos sus estados posibles. Para el protagonista del relato era inconcebible que un perro visto de perfil a las tres y catorce tuviera el mismo nombre que uno visto a las tres y cuarto, de frente.
Los signos, como las palabras y los números, son entes ideales, abstracciones puras; pues no representan la esencia del objeto nombrado. Paradójicamente, usamos un ente intangible para referirnos a un objeto físico. La secuencia de letras “c-a-s-a” no tiene una realidad empírica. Sin embargo, la relacionamos con vivienda, sitio para habitar. Pensamos lo concreto con lo inconcreto, lo tangible con lo intangible, las cosas con las palabras; esto por medio de la abstracción, capacidad de la que Funes carece.
Platón, en su Teoría de las Ideas, propone el conocimiento de lo real desde la categorización y uso de entidades genéricas (palabras, números). Funes, en cambio, por su asombrosa memoria, no se resigna a nombrar con el mismo signo un objeto en estados distintos e infinitas variaciones. Narra Borges: Locke, en el siglo XVII, postuló (y reprobó) un idioma imposible en el que cada cosa individual (…) tuviera un nombre propio; Funes proyectó alguna vez un idioma análogo, pero lo desechó por parecerle demasiado general, demasiado ambiguo.
Funes asociaba todos sus recuerdos a sus sentidos; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etc. Por lo tanto, solo podía concebir aquellas cosas inmediatas, precisas. Palabras como alma, Dios, esperanza no ocupaban su mente. En ese sentido, el origen de las palabras para él era natural, empírico, no convencional; particular, en oposición a general. Es un antiplatónico paradigmático.
Borges opina de Funes: “Era el solitario espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso”. Nombrar todas las cosas en todas sus circunstancias y variaciones era lo que perseguía el protagonista.
En un ensayo titulado “La perpetua carrera de Aquiles y la tortuga”, Borges reflexiona sobre la paradoja de Zenón de Elea, y nos presenta a Aquiles, el velocísimo Aquiles, sin poder alcanzar a la tortuga, símbolo de la morosidad.
En otra parte del cuento, Borges nos señala que la memoria de Funes estaba ligada al sentimiento más que a la razón. "Razonó (sintió) que la inmovilidad era un precio mínimo".
En cuanto a lo que respecta a Funes, ¿podrá alcanzar a captar todos los detalles de todos los objetos en todas sus circunstancias y nombrar de forma particular a cada uno en todas esas variaciones? Si quisiese, por ejemplo, nombrar una casa de las siete y cuarto, a la mitad de su razonamiento (sentimiento) esa casa ya sería otra casa, y si intentase nombrar esa nueva casa, la misma ya sería otra, y así interminablemente.
“Mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras”, pronuncia Funes. Y así tiene que ser, si como dice Plinio nada de lo que ha sido oído puede ser recordado con las mismas palabras.
jueves, 27 de septiembre de 2012
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