ALEJANDRA
PIZARNIK VISTA DESDE LA FILOSOFÍA DEL LENGUAJE
“nunca es eso
lo que uno quiere decir
la lengua es un
órgano de conocimiento
del fracaso de
todo poema”.
Alejandra Pizarnik
Flora Alejandra Pizarnik, poetisa nacida en Buenos Aires en 1936,
estuvo apartada de las preocupaciones políticas de su generación y
realizó una poesía intimista en la que el lenguaje ocupa un lugar
esencial no solo porque lo utiliza en la construcción material de
su poesía, sino porque lo veía como una forma de alcanzar a
comprender las cosas, pero no para transmitirlas.
Los hombres, por medio del lenguaje, alcanzamos el conocimiento. El
lenguaje es abstracción. Con respecto a esto, sugiere Locke: “Las
palabras, en su significación primaria, nada significan excepto las
ideas que están en la mente del que las usa”. (Locke
(Ensayo III, II, 2).
Pizarnik, por su parte, escribió:
no
las palabras
no hacen el amor
hacen la ausencia
si digo agua, ¿beberé?
si digo pan, ¿comeré? (1)
En ese sentido, desarrolla una poética del lenguaje opuesta al
naturalismo de Platón y subraya que las palabras no tienen una
relación directa con aquellas cosas a las cuales nombran; es decir,
no hay una relación natural entre significado y significante:
SOLO UN NOMBRE
alejandra alejandra
debajo estoy yo
alejandra
Observamos que el nombre no es lo nombrado, ni tienen una relación
natural, sino convencional. ¿Pero qué ocurre con las palabras y
las convenciones cuando el lenguaje no logra comunicar?
En el epígrafe de este ensayo leemos un poema en el cual Pizarnik
pone de manifiesto una imposibilidad de llevar a cabo la
comunicación. Porque una cosa es el significado que está en la
mente, y otra es el significante, que no es más que una sombra de la
idea que está presente en la mente. Por eso Pizarnik habla de un
fracaso, de una imposibilidad de comunicación, de realización de
todo poema. Por eso, el valor que le designa al silencio:
silencio
yo me uno al silencio
yo me he unido al silencio
y me dejo hacer
me dejo beber
me dejo decir
Pizarnik no encuentra en el lenguaje una forma de comunicar lo que
quiere decir, porque las ideas que subyacen en su mente son
particulares, individuales. Y no puede existir convención entre dos
elementos particulares y opuestos, sin algo en común.
“No puedo hablar para nada decir, por eso nos perdemos, yo y el
poema, en la tentativa inútil de transcribir relaciones ardientes.
¿A dónde la conduce esta escritura? A lo negro, a lo estéril, a lo
fragmentado”.
Ante esa falta o imposibilidad de lo convencional, Pizarnik opta por
el silencio, que es una conversación con uno mismo, que contiene,
como vamos a ver, lo individual y lo universal del lenguaje, según
Guillermo de Ockham.
En el siglo XIV,
Ockham introdujo un nuevo sesgo en las
investigaciones del lenguaje: El nominalismo. Para Ockham, los
conceptos son ejemplificados o instanciados por los individuos, pero
no constituyen realidades aparte de estos individuos. Habla de lo
individual y lo universal, piensa que el universal no puede ser una
cosa fuera del alma. Lo universal existe en el alma del sujeto
cognoscente y sólo allí. Hay que preguntarse en qué medida es
posible atribuirle una existencia en el pensamiento; pero se debe
establecer, de hecho, que no tiene ninguna existencia fuera del
pensamiento. Pero el universal tampoco puede diferenciarse del
individuo, único dotado de existencia. “El universal es, por
naturaleza, signo de una pluralidad.
El signo puede ser signo natural o signo
establecido: en sí la palabra es singular, es una cosa; pero puede
ser universal por la significación, por su aptitud para ser
predicado”. (Dialogus,
Guillermo de Ockham)
Pizarnik escribe:
todos comprenden lo que nadie
nadie comprende lo que todos
Como vemos aquí, Pizarnik menciona el valor individual de las
palabras, así como su plano universal, pero ambos campos son
incompatibles para ella. Sin embargo, más que las palabras, el
lenguaje que defiende Pizarnik es el silencio, es en el silencio
donde se da esta relación entre lo singular-individual y lo
plural-universal. Porque la categoría del lenguaje-idea no se reduce
a las palabras, no pierde su esencia, porque al no ser “nombrado”
permanece en lo que es y no en su representación ambigua y
arbitraria, como ocurre con las convenciones. Por eso Pizarnik no
opta por esa convención social del lenguaje, porque desvirtúa lo
que es la idea, o la limita, o le da un sentido distinto a lo que
ella quiere expresar.
Esta limitación de
las palabras para nombrar la verdadera idea, la esencia de las cosas,
podemos observar en este fragmento del poema PIEDRA FUNDAMENTAL, en
el que la poetisa realiza una analogía entre el lenguaje y la
música:
Yo quería que mis dedos de muñeca penetraran en las teclas. Yo
no quería rozar, como una araña, el teclado. Yo quería hundirme,
clavarme, fijarme, petrificarme. Yo quería entrar en el teclado para
entrar adentro de la música para tener una patria. Pero la música
se movía, se apresuraba. Sólo cuando un refrán reincidía,
alentaba en mí la esperanza de que se estableciera algo parecido a
una estación de trenes, quiero decir: un punto de partida firme y
seguro; un lugar desde el cual partir, desde el lugar, hacia el
lugar, en unión y fusión con el lugar. Pero el refrán era
demasiado breve, de modo que yo no podía fundar una estación pues
no contaba más que con un tren algo salido de los rieles que se
contorsionaba y se distorsionaba. Entonces abandoné la música y sus
traiciones porque la música estaba más arriba o más abajo, pero no
en el centro, en el lugar de la fusión y del encuentro. (Tú que
fuiste mi única patria ¿en dónde buscarte? Tal vez en este poema
que voy escribiendo).
Por último, analicemos la obra de Alejandra Pizarnik a la luz de
Jacques Derrida.
Este filósofo propone el término “arqui-escritura”, que “es
una noción generalizada de la escritura que se refiere a la forma en
la que aquello que es escrito sólo es posible si se considera que
existe un desfase de significados”. (De
la Grammatologie, Jacques Derrida). Es decir, al
hacer referencia a diferentes significantes entramos en una espiral
que no acaba de hacerse referencias. El hecho de tomar conciencia de
lo que pensamos implica una duración que nos afecta y nos
transforma.
En su búsqueda de la expresión precisa, Pizarnik dice en uno de sus
poemas:
Esperando que un mundo sea desenterrado por el lenguaje, alguien
canta el lugar en que se forma el silencio. Luego comprobará que no
porque se muestre furioso existe el mar, ni tampoco el mundo. Por eso
cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa.
Al momento de
terminar un enunciado, no somos los mismos que cuando lo empezamos.
Lo que decimos sobrepasa siempre lo que creíamos querer decir y nos
revela que finalmente no sabíamos de antemano lo que se dice a pesar
de nosotros.
En un reportaje publicado por el “Diario de poesía”, Derrida
expresa su pensamiento sobre el lenguaje poético:
…lo que
sugiero es que no se apropia una lengua sino para soportar un cuerpo
a cuerpo con ella. Crear una obra es dar un nuevo cuerpo a la lengua,
dar a la lengua un cuerpo tal que esta verdad de la lengua aparezca
allí como tal, aparezca y desaparezca, aparezca en retirada
elíptica. El acto poético constituye, por lo tanto, una suerte de
resurrección: el poeta es alguien que tiene que tratar
permanentemente con una lengua que se muere y que él resucita, no
ofreciéndole un verso triunfante sino haciéndolo regresar a veces
como un resucitado o un fantasma: él despierta la lengua, y para
tener verdaderamente en carne viva la experiencia del despertar, del
retorno a la vida de la lengua, debe encontrarse muy cerca de su
cadáver. Debe estar lo más cerca posible de su muerte, de sus
despojos... El poeta es alguien que se da cuenta de que la lengua, su
lengua, corre el riesgo de convertirse en una lengua muerta y por lo
tanto, tiene la muy grave responsabilidad de despertarla, de
resucitarla, no en el sentido cristiano como un cuerpo glorioso, sino
como un cuerpo mortal frágil. (5) (Fragmentos
de un reportaje publicado en Diario de poesía número 59)
Pizarnik parece tener muy claro este aspecto del acto poético,
porque desarrolla un combate con las palabras, en su intento de
despertar a la lengua para vivir en el lenguaje, para tener un sitio,
un vínculo, un lugar preciso desde el cual partir y al cual llegar.
En el poema DESTRUCCIONES (No estaría muy fuera de contexto
mencionar aquí lo parecido, al menos en el sonido, del
título a la teoría de la DECONSTRUCCIÓN de Derrida), Pizarnik
manifiesta:
Del combate con las palabras ocúltame
y apaga el furor de mi cuerpo elemental.
En otro poema leemos:
No es esto, tal vez, lo que quiero decir. Este decir y decirse no
es grato. No puedo hablar con mi voz sino con mis voces. También
este poema es posible que sea una trampa, un escenario más.
Alejandra Pizarnik, luego de esconderse en el lenguaje 36 años,
falleció el 25 de setiembre de 1972. Cumpliendo así con su poesía,
que era su vida, una resurrección, como dijo Derrida, que nos empuja
hacia un cuerpo que puede ser de nuevo olvidado.
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